¿Qué hacer? | La Nación |
(Con disculpas por usar humildemente tan prestigioso título)
Las causas. Hubo una derrota. No debió sorprendernos. Quizás permitimos que nuestros deseos nos empañaran la visión de la realidad. Y eso que vimos certeramente que la lucha era entre una concepción del Estado como regulador de la economía y un plan libremercadista que permitiera la acumulación ilimitada de ganancias para algunos. Entre un modelo equilibrado de país en el que una industria nacional consolidada nos pusiera a resguardo de fluctuaciones de los precios internacionales de las commodities y agregara valor a las materias primas y un modelo de país principalmente agroexportador, en el que sobrarían al menos 10 millones de habitantes. Modelo reflotado ahora que exportar commodities es muy buen negocio y para cuando deje de serlo la riqueza acumulada se volcaría de nuevo a la especulación financiera o emigraría hacia algún paraíso fiscal o algunas cuentas numeradas (que, dicho sea de paso, hoy por hoy, en cambio, son un peligroso tembladeral). El conflicto era entonces no entre el gobierno y el campo, como nos mintieron los medios, sino entre los sectores nacionales y populares - que no solo desean sino que también necesitan un país más equitativo, más independiente, más desarrollado - y los sectores más poderosos del privilegio económico. La primera categoría incluye en esta ocasión a por lo menos gran parte del gobierno pero es más amplia: por ejemplo, las estructuras orgánicas de la CTA, algunas fuerzas políticas minoritarias pero organizadas, los economistas del Plan Fénix, los intelectuales de Carta Abierta. Éstos, aunque nadie los había convocado, tuvieron la lucidez de autoconvocarse y en algunos casos hasta de autoconstituirse para la ocasión. Otros seguramente no supieron dónde meterse y se quedaron balconeando. Otros más, acosados por la permanente tergiversación de los medios y la escasa y confusa explicación de nuestra parte, se confundieron y se cruzaron de vereda. Lo cual es lástima, porque si la derrota no fuera circunstancial sino permanente, la sufrirían tanto como los que la vieron clara. De hecho, si miramos las condiciones objetivas, la contradicción es entre una minoría económicamente poderosa y la gran mayoría del pueblo argentino, aunque subjetivamente no lo haya percibido. Y, precisamente, esta no comprensión de lo que se trataba fue causa principal de lo que pasó. En este sentido un factor determinante fue que la nueva burguesía y pequeña burguesía agraria, las capas medias rurales, se confundieron más que nadie y prestaron un ejército de cuerpos a las maniobras francamente subversivas del gran capital terrateniente, conducida por un general con doble s que no dudó en arrastrarla en pos quizás de una victoria circunstancial pero a costa de una segura y amarga derrota histórica si el modelo que persiguen sus socios grandes llegara a triunfar definitivamente. ¿O se puede pensar en un auspicioso futuro para pequeños productores en un contexto de libre mercado y de competidores 50, 100 o 500 veces más grandes? En cuanto a las capas medias urbanas, una disputa cultural absolutamente ausente, el sectarismo y la no convocatoria a la participación abonaron un terreno fértil para que fructificara no solo el discurso de los medios sino el hipócritamente contradictorio discurso ruralista, lleno de patria, de vírgenes, de banderas, de falso federalismo, de apelaciones cuasi revolucionarias mezcladas con los bolsillos que se negaban a ser tocados. Por otro lado, las fuerzas digamos "conservadoras" para ser generosos con las denominaciones, tampoco estaban solo en la vituperada y emblemática Sociedad Rural y sus tres socios. Además del poder de los medios de comunicación superconcentrados, una miradita al Parlamento y aún al bloque oficialista exime de explicaciones. Sumemos a esto el hecho de que animarse a enfrentar aunque sea en parte la estructura económica del poder para someterlo a razonables condiciones de redistribución es algo que en el país no se veía hace muchas décadas. Dadas todas estas circunstancias, el resultado de la votación parlamentaria (ganada en diputados y empatada en el Senado) podría ser visto casi como un triunfo más que como una derrota. Era difícil obtener algo mejor.
¿Que hacer ahora? Todo, menos caer en la trampa que pregonan los medios, los generales agrarios y sus representantes. Cuando éstos dicen que la Presidenta tiene una inmejorable oportunidad para salir favorecida de la resolución del conflicto, claramente quieren decir que, si se porta bien y ya no pretende molestar la renta de nadie, va a poder terminar en paz y gloria su mandato. Hasta en el campo "progre" hay quien se equivoca en el mismo sentido, aunque con sentimientos diferentes al respecto. Eduardo Aliverti dice, por ejemplo " ... resulta que a la par del kirchnerismo se jodió, precisamente, la muy tibia posibilidad de seguir avanzando en un modestísimo proceso de pequeños cambios que es, al fin y al cabo, el paso tolerable para esta sociedad. Ahora la salida es posible claramente por derecha, por lo peor de la derecha, y lo que se jodió está lejos de ser sólo el kirchnerismo."(Página 12, 21/7) Gravísimo error: independientemente de los sentimientos que se puedan tener, no hay salida posible por derecha, al menos si por salida entendemos una calidad institucional real, un fortalecimiento del gobierno, la continuidad de un crecimiento económico razonablemente distribuido y un país medianamente incluyente y viable. Si el gobierno entrara en la lógica de los grupos económicos, hoy agrarios, mañana de otro tipo, para los cuales "consensuar" solo quiere decir dictar sus propias condiciones, por un lado dilapidaría el apoyo de la franja social no despreciable que aún está dispuesta a acompañarlo y defenderlo y, por otro, por origen, principios, alianzas, nunca sería confiable para los que, a la hora de defender sus intereses, quieren tener control total sobre el árbol genealógico de sus mandatarios. Para muestra, basta una Isabelita. Se obtendría un gobierno absolutamente debilitado, hostigado por izquierda y por derecha, un más que probable caos social. Condiciones ideales para sacar las cacerolas y, desabasteciéndolas de otros ingredientes, esta vez cocinar un gran puchero con la institucionalidad y más aún con toda posibilidad de cambio en sentido progresista.
El campo popular ha sido golpeado, pero, por ahora, no se ha consumado un golpe. Con toda intención, los análisis mediáticos, saltan de concluir "¿Vieron que no había intento destituyente? Se anuló la 125 y no pasó nada"(passim) al agigantamiento de la "crisis institucional" motivada por la fractura con el vicepresidente (Van Der Koy y BlanK, Código Político, TN,17/7). Así por un lado invalidan y ridiculizan las advertencias no solo del gobierno sino de sectores como Carta Abierta y, paradójicamente, muestran en simultáneo un gobierno debilitado cuya capacidad para resolver la crisis está puesta en duda. El gobierno está en su lugar y debe recuperar la iniciativa. Fundamentalmente para avanzar más claramente y poner sus acciones en consonancia con sus discursos: atender la "deuda social", redistribuir vía salarios, jubilaciones móviles, subsidios a la niñez y a la vejez usando todas las reformas impositivas necesarias, perseguir las evasiones, controlar los precios, asegurar un crédito accesible para los pequeños emprendimientos, recuperar el control sobre recursos económicos como la minería. No renunciar a regular la renta agraria por medio de las retenciones móviles pero también sumándole las otras herramientas que estaban propuestas: fundamentalmente una ley de arrendamientos. Aplicar un real federalismo que no consiste en dejar que las provincias ricas sean cada vez más ricas y las pobres cada vez más pobres, sino en redistribuir también territorialmente los recursos producidos por el país. Para todo esto el gobierno deberá reagrupar sus fuerzas. Esta vez llamar a participar en la etapa misma de la elaboración de políticas, escuchar las opiniones de los verdaderos aliados, explicar, explicar y volver a explicar. También sería bueno que los pocos medios públicos de comunicación que hay – mientras se estudia y se presente una nueva Ley de Radiodifusión – se pongan a tono con el debate público en vez de estar, como Canal 7, en el topos uranos. Esto no quiere decir ser propagandísticos ni menos panfletarios: se pueden armar debates interesantes aún con los adversarios, pero moderados por periodistas formados e inteligentes; hay que estar en el lugar de los hechos y mostrarlos depurándolos de interpretaciones tendenciosas o retóricas. Las fuerzas progresistas tampoco deberían perder tiempo en discutir "traiciones" que solo fueron actitudes previsibles: los conservadores actúan y votan como conservadores. Las verdaderas traiciones, las de aquellos que integraban el campo popular y rifaron irresponsablemente sus intereses, no son contra el gobierno sino contra sus propios representados que un día les pedirán cuentas.
Y los sectores independientes, que en esta circunstancia hemos dado nuestro apoyo crítico al gobierno, deberíamos recordar que ser críticos no quiere decir necesariamente pelearnos entre nosotros para discutir si hacemos seguidismo o exponemos la larga lista de cosas que se hicieron mal o no se hicieron. Eso resulta bastante estéril. La crítica más profunda consiste en identificar los problemas no atendidos, presentar propuestas concretas en cada caso, cada uno en el área que condice con sus actividades y saberes, y reclamar que se escuchen, se debatan, se lleven a cabo. Eso implica ser parte del campo popular y luchar independientemente para lograr el cambio al que aspiramos.
Donatella Castellani
Investigadora en Ciencias Sociales Categoría I
Fuente: Info Azul
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