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La Cámara Federal porteña declaró como delito de "lesa humanidad" el bombardeo del 16 de junio de 1955 en Plaza de Mayo, a raíz del cual murieron decenas de civiles y simpatizantes peronistas, y remitió el expediente a primera instancia para que se avance en la investigación. Aquí un artículo de licenciado en comunicación Alfredo Silletta, especial para Agencia NOVA. La consagración de Perón para un segundo mandato en las elecciones nacionales de 1951 demostró que el peronismo era imbatible en las urnas. Fue entonces que la reacción oligárquica decidió que había un solo camino para derrotar al régimen: un golpe cívico-militar. Paso a paso fueron organizando la oposición, y aprovecharon cada error que el peronismo cometía desde el poder. El país crecía económicamente y se lograba que la renta per capita de los trabajadores sea la mas alta del siglo. Pese a ello, se empezó a notar en lo político una creciente burocratización con síntomas importantes de corrupción. El país estaba dividido entre peronistas y antiperonistas. Son momentos difíciles para la revolución y la burocracia enquistada en la estructura de gobierno no ayudo en nada a la pacificación del país. En vez de tender un puente con los sectores medios se tomaron medidas impopulares, concebidas en mentes burocráticas: obligaron a los empleados públicos a afiliarse al partido peronista; a utilizar luto eterno por la muerte de Evita; el libro La Razón de mi Vida se convirtió en texto obligatorio en las escuelas; listas negras para actores y actrices y una censura casi total en los diarios de la oposición . En abril de 1953 se tenso definitivamente la relación con los partidos de oposición. La CGT había convocado a una movilización de apoyo al gobierno ante la presión de la oposición. En momentos que se realizaba el acto estallaron varias bombas que causaron siete muertos y más de 100 heridos entre los manifestantes. Perón estuvo duro con la oposición y les pidió a los participantes ‘leña’ a los enemigos de la revolución. El resultado del discurso de Perón fue que esa misma noche militantes exaltados incendiaran la Casa del Pueblo, sede del Partido Socialista, y el Jockey Club, además de atentar contra las sedes del radicalismo y los conservadores, sin que la policía ni los bomberos que observaban la acción intervinieran. La Universidad fue el otro bastión que utilizaron los sectores de la reacción para enfrentar al régimen peronista. Los estudiantes despreciaban a los profesores impuestos por el gobierno -que eran en su mayoría representantes del pensamiento más retrógrado y clerical- y asumían como propio el discurso opositor postulado desde la izquierda clásica y el radicalismo. La ‘popularización’ que se había producido en los claustros con la incorporación de numerosos jóvenes provenientes de los sectores de menos recursos, a los que la política del primer gobierno había permitido llegar a la Universidad, no alcanzaría sus frutos en esa época. La Universidad fue la punta de lanza de la reacción oligárquica y en las horas previas al golpe militar las palabras de Pavese se hicieron realidad: “Los que sabían escribir no tenían nada que decir y los que tenían algo que decir, no sabían escribir”. Duro enfrentamiento con la Iglesia La oposición no se detuvo en su avance contra el gobierno nacional. A mediados de 1954 sumo un nuevo aliado: la Iglesia Católica. A la distancia podemos observar que fue, quizás, uno de los mayores errores de Perón. En aquellos días en que el Frente Nacional estaba pasando momentos difíciles sumar un nuevo enemigo fue un grave traspié. Algunos escritores señalaron que los nueve años de gobierno habían desgastado la lucidez de Perón y que cierto aislamiento de los sectores populares luego de la muerte de Evita llevo al presidente a incorporar como propias las posiciones anticatólicas de su ministro de Educación, Méndez San Martín. En 1946, un sector importante del clero, no tanto su jerarquía, apoyó la propuesta de Perón contra la Unión Democrática. Ya en el gobierno Perón incorporo la enseñanza religiosa en los colegios como devolución a ese apoyo. A partir de la segunda presidencia de Perón los sectores de clase media, profesionales, universitarios que, como laicos integraban en su mayoría la Acción Católica Argentina, empezaron a cuestionar al gobierno por la falta de libertad hacia los partidos políticos. La Jerarquía, que nunca había simpatizado con la política popular del gobierno, especialmente con la figura de Evita , comenzó a criticar a Perón. En 1954 se creo con el apoyo de la Iglesia Católica y el Vaticano el partido Demócrata Cristiano. El presidente no dudo en responder con toda la artillería. El noviembre de 1954 reunió en la quinta presidencial a todos sus funcionarios, gobernadores, autoridades sindicales y empresarias y denuncio con nombre y apellido a los miembros de la Acción Católica y a los obispos de las provincias de Córdoba, Santa Fe y La Rioja. Pero no solo eran palabras. Días después envío al Congreso varios proyectos de leyes que enardeció a la jerarquía de la Iglesia: • Equiparación de derechos de hijos naturales y legítimos • Eliminación de la enseñanza religiosa de los establecimientos oficiales • Suspensión de los subsidios a la enseñanza privada • Se estableció el divorcio vincular • Legalización de los prostíbulos • Eliminación de feriados religiosos • Envío de un proyecto de ley para reformar la Constitución a fin de incluir la separación de la Iglesia y el Estado. El bombardeo La tensión entre el gobierno y la oposición, que ya incluía a la Iglesia, a principios de 1955 era insostenible. Los obispos utilizaban sus pulpitos para criticar ferozmente al gobierno y muchos jóvenes de Acción Católica formaban comandos civiles que realizaban atentados con bombas de regular intensidad.
A principios de junio la Iglesia pidió autorización para organizar la procesión de Corpus Christi por las calles de Buenos Aires. El gobierno la prohibió pero la Iglesia decidió hacerla el día 11 dentro de la Catedral metropolitana. Ese día se reunió una multitud que lleno la Plaza de Mayo, donde se podía encontrar además de católicos, socialistas y comunistas que olvidaron su ateismo y gritaron “Cristo Vence” agitando pañuelos blancos. Al terminar el acto religioso una columna importante marcho hacia el Congreso y produjo algunos incidentes con la policía con acusaciones cruzadas por el incendio de una bandera argentina. Perón decidió encarcelar y expulsar inmediatamente del país al obispo Tato y a monseñor Novoa como responsables de las provocaciones del 11 de junio. El éxito de la marcha religiosa termino de convencer a la Marina que había que asesinar a Perón. La sublevación fue encabeza por el contralmirante Samuel Toranzo Calderón y el vicealmirante Benjamín Gargiulo con el apoyo del ministro Aníbal Olivieri. Planificaron bombardear la Casa Rosada el día 16 de junio de 1955. Perón contó que esa mañana amaneció nublado: “Como de costumbre, me levante a las cinco de la mañana y a las seis y quince llegue a mi despacho de la Casa de Gobierno. A las siete concedí una audiencia al embajador de los Estados Unidos, mister Nuffer y a las 8 me reuní con el ministro del Ejército, general Franklin Lucero. El me enteró de sus inquietudes en la Marina y me pidió que me trasladara al Ministerio del Ejército. A las 9,30 me informaron que el aeródromo de Ezeiza había sido tomado por aviones sublevados, entonces decidí ir al Ministerio”. A las 10 horas comenzó el bombardeo sobre la Casa Rosada donde se arrojaron mas de 100 bombas, muchas de las cuales no explotaron, al mismo tiempo que el Batallón de Marina abría fuego y atacaba la Casa de Gobierno. Muchas de las bombas cayeron sobre Plaza de Mayo y cientos de trabajadores, empleados públicos, mujeres y niños fueron masacrados. El gobierno no quiso dar las cifras de las victimas, pero los datos extraoficiales hablan de más de 800 muertos, incluido un número muy alto de niños que visitaban la histórica plaza . Las sirenas de las ambulancias no se apagaron por varias horas y podían observarse decenas de vehículos destruidos por las bombas y sangre en toda la plaza. Por la tarde, el ministerio de Marina era rodeado por fuerzas leales y el almirante Benjamín Gargiulo, jefe del motín, se suicidaba en su despacho. Los aviones, luego de haber descargado sus bombas y balas asesinas, huyeron cobardemente hacia el Uruguay.
Hacia la noche una multitud de trabajadores enfurecidos se concentraron en Plaza de Mayo. De allí grupos de militantes, ante la indiferencia de la policía, asaltaron y quemaron la Curia, los templos de Santo Domingo, San Francisco, San Ignacio, la Merced y San Nicolás de Bari. El golpe cívico-militar El país vivía momentos muy difíciles y Perón anuncio una tregua política. Renunció a la presidencia del partido peronista “para ser solo el presidente de todos los argentinos”. La nueva actitud del presidente hizo posible que Arturo Frondizi, titular de la UCR, hablara por la cadena de radio oficial. Pero ya era tarde. No había retorno hacia la pacificación del país y los atentados de los comandos civiles se intensificaron en calles y edificios públicos. Mientras tanto la Marina y parte del Ejército planificaban un nuevo golpe militar. El general Eduardo Lonardi se sublevó en Córdoba bajo el lema “Dios es justo”. La Marina lo apoyó en su totalidad. También hubo alzamientos en los regimientos de Curuzú Cuatiá y en el Alto Montaña de Mendoza. El grueso del Ejército se mantuvo expectante a la espera de las medidas que tomaría Perón. Pasaron las horas y el gobierno no dio la orden de reprimir lo que llevó a que muchos generales empezaran a considerar la posibilidad del golpe de estado. Mientras en el gobierno y en el Ejército persistían las dudas, la Marina y el almirante Isaac Rojas bombardearon la destilería del petróleo en Mar del Plata. Horas después anunciaron que bombardearan las destilerías de YPF en La Plata y cañonearan las usinas de la Italo, Segba y el centro de la ciudad de Buenos Aires.
Perón llamó a Franklin Lucero, su ministro de Guerra y le entregó una carta ambigua donde señaló la posibilidad de renunciar para evitar los bombardeos y las muertes. El día 20 de septiembre los generales decidieron que Perón debía renunciar y le informaron que le entregarían el gobierno al general Lonardi. Perón se reunió con algunos generales leales y analizó la situación en su residencia de la calle Austria. Finalmente decidió exiliarse en la embajada del Paraguay. El embajador del país hermano resolvió que para mayor seguridad del presidente será trasladado de urgencia a la cañonera “Paraguay” ubicada en la dársena D del puerto de Buenos Aires. El 23 de septiembre el general Lonardi asumía en Buenos Aires la presidencia. Comenzaba para Juan Domingo Perón un largo exilio que duraría 17 años. A los pocos días, ya en Paraguay, recibió al periodista norteamericano Bob Mayers, de la Nacional Broadcasting Company, quien le realizó una entrevista para la televisión Norteamérica. Al final del reportaje el periodista le pregunto que pensaba hacer para retornar: “-¿Yo….? Nada, en absoluto” Se produjo un breve silencio y agregó: -Todo lo harán mis enemigos”. |
8/14/2008
El Bombardeo de Plaza de Mayo
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