
Abogado y político argentino, nacido en Buenos Aires. Ministro de Relaciones Exteriores con Avellaneda (1874) y con Roca (1872) y Ministro del Interior (1877). Dos veces candidato derrotado a la presidencia de
El 27 de diciembre de 1906, moría una figura hoy olvidada de los argentinos, Don Bernardo de Irigoyen. Ese mismo año el destino nos privaba de otros tres actores ineludibles de la historia nacional. A diferencia de ellos, Don Bernardo no fue General, ni venció batalla alguna, tampoco cruzó sobre su pecho la banda presidencial. Don Bernardo de Irigoyen no poseyó las dotes literarias de Don Bartolo, ni su carisma contagioso. No tuvo tampoco el enérgico carácter del gringo Pellegrini, ni esa capacidad de mando que lo convirtió en Capitán de Tormentas. Menos aún ostentó el don de la elegancia que caracterizó a su opositor de tantos años, el flemático Dr. Quintana, abogado de ilustres que fascinaba a sus clientes extranjeros con el corte perfecto de sus trajes, y el parecido prolijamente cultivado a Eduardo VII.
Pero a Don Bernardo le debemos la resolución de los problemas limítrofes de nuestra patria, sin haber caído en la tentación belicista a la que otros eran tan propensos. Dio forma a nuestra Nación sin haber derramado una gota de sangre, ni haber desperdiciado una juventud –como la que extraviáramos en los Esteros de Curupaití-. Él fue el gran Canciller de un país sin política exterior, que dio a
Don Bernardo es el claro ejemplo de la evolución natural de las ideologías sin la necesidad de estúpidos revanchismos que nos atan a un pasado irremediable. Bernardo de Irigoyen es un ejemplo preclaro para esta Argentina sin rumbo; un prohombre que espera el debido reconocimiento de una Nación.
¿No habéis visto cual Rosas sereno
con naciones soberbias lidió,
y venciendo mostrar que al porteño
sin venganza ninguno insultó?
A los siglos trasmita la historia
cuanto importa llamarse argentino...
Siga el Plata su augusto destino
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