
por Ernesto R. Sangineto
“Un país que no respeta sus costumbres y tradiciones condena a muerte su nacionalidad”
Desde allá por el año 2006 cuando escribí una serie de notas sobre mitos y leyendas del campo argentino en las cuales nos encontrábamos con una fuente inagotable de enseñanzas y sabiduría gaucha, que nos llegaba hasta nuestros días en un boca a boca pasado de generación en generación, por ese poder de observación que distinguió a nuestro hombre de campo a través de la historia y que lo hizo sabio a su manera, fue también ese poder de observación y su natural inteligencia el que lo convirtió en animado y versátil cuentista, habilidad que algunos personajes de esas épocas (y aún hoy algunos lo son) que en ruedas de fogón entretenían al paisanaje presente, haciendo en más de una ocasión temblar la pera de algunos, tal era su capacidad descriptiva del momento y las situaciones vividas por los personajes de su cuento.
Tal era el caso de don Segundo Sombra de la inmortal obra de Ricardo Güiraldes al cual sus amigos reseros le solicitaban “echarse algún cuento” para su entretención en los altos en la huella.
El relato de hoy, pertenece a otra inigualable obra de la literatura gauchesca argentina, “Una Excursión a los Indios Ranqueles” de Lucio V. Mansilla que hace una magistral descripción de un cuento de fogón, con los “bolazos” típicos que eran de uso en dichos relatos contados entre gentes crédulas e inocentes.
“…Era este un arriero, hombre que había corrido muchas tierras, que se había metido con la montonera en tiempos de Quiroga y a quien perseguía la justicia.
Yendo un día por los llanos de La Rioja, le salio una partida de cuatro. Quisieron prenderlo, se resistió, quisieron tomarlo a viva fuerza y se defendió, mato a uno, hirió a otro, e hizo huir a tres.
En esos momentos se avisto otra partida; prevenida esta por los derrotados, apuraron el paso. El arriero huyo y se interno en un monte.
Montaba una mula zaina medio bellaca. Corría por entre el monte, cuando se le fue la cincha a las verijas.
?rsele y agacharse la bestia a corcovear, fue todo uno.
El arriero era gaucho y jinete.
Descomponiéndose y componiéndose sobre el recado, anduvo mucho rato, hasta que en una de esas, como tenía las mechas de pelo muy largo y “porrudo”, se engancho en el gajo de un algarrobo.
La mula siguió bellaqueando, se le salio de entre las piernas y el quedóse colgado.
Permaneció así largo rato, esperando que alguien le ayudase a salir del aprieto, pero en vano.
Llego la noche.
Los que le seguían, aciertan a pasar por allí.
El arriero, con la rapidez del pensamiento, concibió una estratagema.
Dejo que la partida se le aproximara, poniendo la cara lánguida y cuando al resplandor de la luna vinieron a verle, dijo con voz cavernosa: ?Viva Quiroga!
La partida, al oír hablar un muerto, huyo poseída de terror pánico, sujetando los pingos quien sabe donde.
El arriero se salvo así.
Pero aquella actitud no podía prolongarse demasiado. Era incomoda.
Procuro salir de ella. Busco su cuchillo; con los corcovos de la mula lo había perdido.
Era una verdadera fatalidad. No tenia con que cortarse los cabellos y como eran muy largos, no alcanzaba con la mano a desasirlos del gajo en que estaban enredados.
Un hombre como el, acostumbrado a todas las fatigas, podía resistir el peso de su propio cuerpo, si no había otro remedio, no digo un día, muchos días teniendo que comer.
Pero no tenía nada. Todo se lo había llevado la mula en las alforjas. Felizmente tenía un pedazo de queso en los bolsillos, yesquero, tabaco y papel.
Agua era lo de menos para un arriero.
Se comió el pedazo de queso.
Saco después su “chuspa” y armo un cigarro: luego saco fuego y fumo.
Nadie pasaba por allí, a pesar de la voz que debieron esparcir los de la partida, despertando la curiosidad popular.
El arriero fumaba y fumaba.
Y así paso muchos días, hasta que de hambre se comió la camisa y se murió de una indigestión.
Y entre por un caminito y salí por otro.
No se si al público le gustara este cuento, en el fogón fue aplaudido.”
El libro del relato escrito allá por 1870, es una de las historias con más esencia criolla con que contamos los argentinos.
Las ilustraciones que acompañan la nota son de Eleodoro Marenco realizadas especialmente para esta edición de la obra del año 1969 de la Editorial Cultural Argentina S.A. la cual acompaña con trescientas setenta y cuatro ilustraciones más.
Bueno amigos espero les haya gustado la nota un saludo y hasta la próxima.
rincontradicionalista@hotmail.com
Fuente: lavozdetandil
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