JOSÉ TOBÍAS BEATO | para que haya paz, no basta el desarme: hay que crear las condiciones que hagan de este mundo un mejor lugar para vivir.
Yamaguchi era un viejito japonés que murió sorprendentemente a la avanzada edad de casi 94 años, hace unos meses; el 4 de enero de este año, para ser exactos. Digo sorprendentemente, pues aunque hay miles de ancianos que sobrepasan con creces los noventa años, el caso de Yamaguchi es exclusivo: oficialmente era el único hombre en el mundo que logró sobrevivir a las únicas dos bombas atómicas que se han lanzado hasta ahora: la de Hiroshima el 6 de agosto de 1945, y tres días más tarde, la de Nagasaki. Vivía en esta ciudad, y por negocio visitó Hiroshima. Al retornar a su casa, lanzaron casualmente la otra. Sobrevivió porque se encontraba en ambas ocasiones a más de tres kilómetros de la detonación y dentro de edificios.
El hombre estuvo en ambos sitios como si hubiese sido expresamente mandado, acaso porque una mano invisible quiso que así fuese para que contara a la posteridad su historia terrible a modo de advertencia que no puede dejar de atenderse. Pues efectivamente, tras sobrevivir como de milagro a ambas tragedias radiactivas, se impuso la misión de dar conferencias que él bautizó con el nombre de “Una Lección de Paz”. Yo, un latinoamericano, procedente de una isla colocada sobre el trayecto del sol, aunque oriunda de la noche —ya lo dijo el poeta— recojo humildemente ese legado, pues entiendo que no hay tarea más urgente que exigir a voz en cuello el desarme nuclear en todo el globo terráqueo. Por fortuna, sé que no estoy solo en el reclamo.

Por urgente que sea el derrame de crudo en el golfo de México debido a la irresponsabilidad de BP, y la de aquellos que teniendo en sus manos el poder nunca les pasó por la mente exigir a esa y a otras compañías similares, planes de emergencia alternativos para posibles problemas. Por apremiante que sea el calentamiento global; por serio que sea el problema de la pederastia de pastores y sacerdotes. Por grave que sea la crisis económica inducida por los banqueros y Wall Street; o la crisis de Grecia o Portugal, de España o Haití. Por perentorio que nos parezca desplazar del poder a Leonel Fernández o que suba Hipólito nuevamente, o que nuestro equipo favorito gane en el mundial de Sudáfrica… En suma, por grave que estimemos tal o cual lucha, eliminar las armas nucleares es un asunto prioritario, en vista de la tozudez, maldad y egoísmo del género humano, especialmente de aquellos que están investidos de algún poder, pues de inmediato la arrogancia les obnubila el cerebro, y porque con demasiada frecuencia no hay modo de contener sus planes.
Nadie, ante un problema tan profundo, de tan mortales consecuencias, en caso de que aparezca un demente, o uno al que la mollera aún no le haya cerrado, que en nombre de Alá y de su Profeta, o del Jehová del Antiguo Testamento, de la “seguridad” de tal país o del orgullo nacional presione un botón, un celular, y desate el holocausto nuclear, sacrificando la vida del planeta y eventualmente hasta el sistema solar completo —nadie, repito— puede permanecer indiferente, con los brazos cruzados, a no ser que se trate de un retardado mental. Si tal cosa sucede, toda otra cuestión no solamente es que carecerá de sentido, sino que sencillamente no podrá realizarse. Y estamos en verdadero peligro. No se peque por ingenuidad, sobre la base de que porque se terminó la guerra fría, ya no hay esa clase de problemas.

Mírese no más un poco por encima los datos de las compras e inversión en armas del último año (2009), según datos aportados por el Instituto Internacional de Estudios para la Paz, de Estocolmo, publicados en BBC, el 2 de junio 2010: en primer lugar, llama la atención que, pese a la crisis económica, el gasto militar incrementó en 5.9% con relación al año 2008. Y con relación a hace diez años, esto es, al año 2000, el porcentaje fue del 50%. El gasto armamentista global fue de US$1.5 trillones, una suma en verdad impensable.
No hay duda, la principal industria del mundo no es la del petróleo, ni la minera, ni la tecnología de computadoras, ni la automovilística, ni la farmacéutica o de alimentos, ni la de servicios de ninguna clase. La principal y más productiva es la de las armas: la guerra es el negocio más rentable del mundo. Y alrededor de ella, las demás. Es así, porque somos tan fáciles de manipular que con frecuencia aceptamos autodestruirnos por cualquier “quítame esta paja”, y peor aún, permitimos demasiadas veces que nos dirijan individuos que deberían estar recluidos en el psiquiátrico o cuando menos recibiendo terapia de los mejores sanadores de la mente. Leer más en mediaisla...
Fuente: mediaisla
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