
Otra vez un gobierno peronista era derribado por los "nuevos salvadores" de la Patria.
Testimonio personal de Juan Carlos Añón (*), especial para Agencia NOVA.
Nunca un golpe de Estado fue tan precisamente anticipado como el que derrocó a Isabel Perón. Ya en diciembre el genocida Videla le había dado noventa días de vida al gobierno constitucional.
El día 23, por la mañana, me llama un amigo, el gran periodista Carlos Infante, ya fallecido, y me recomienda no salir de casa y que no deje de escuchar la radio.
Desde la clandestinidad con mi mujer escuchamos alrededor de las dos de la mañana la infaltable marchita militar y un locutor oficial leyendo el comunicado Nº 1 de la Junta Militar.
Otra vez un gobierno peronista era derribado por los "nuevos salvadores" de la Patria. Esta vez sabíamos que la mano venía peor que en el ‘55.
La primera víctima fue esa misma noche el mayor Alberte, asesinado en su domicilio. Esa misma madrugada se tomaron además las radios y los canales de TV (habitual en todos los golpes militares). Los tanques coparon todas las fábricas importantes del Conurbano, básicamente automotrices y metalúrgicas, y a medida que llegaban iban encarcelando a los delegados de sección, en especial a los de la JTP (Juventud Trabajadora Peronista) y a los de la izquierda combativa.
Previamente habían sido delatados por los empresarios y también por algunas cúpulas sindicales que temían perder sus sillones (pese a que algunos de ellos fueron después también detenidos).
Luego hubo un leve apaciguamiento de la represión, pero pronto el carácter de la dictadura quedó claro. Se designa a Martínez de Hoz como ministro de la "destrucción de la Economía”, y el 15 de abril recibo una llamada desesperada de la compañera de Mario Herrera, avisándome que un grupo de militares se lo había llevado de su casa en el barrio de San Telmo. Su padre, famoso periodista de La Nación, ni se movió por su hijo; la mamá de Mario, dadas sus estrechas conexiones con la Iglesia, a través del nuncio Pio Laghi, consigue una entrevista con el ministro del Interior.
Harguindeguy, ante el pedido de paradero de su hijo, le responde con la mayor naturalidad: “Señora, no busque más a su hijo, aquí van a morir 25 mil jóvenes que quisieron implantar el comunismo”, tras lo cual se retiró con aire marcial.
Debido a esta gestión, la dictadura tuvo la "delicadeza" de sacar un comunicado el 2 de mayo del ‘76, diciendo que, en un enfrentamiento con subversivos en Bahía Blanca, se pudieron identificar dos cadáveres, un de ellos el de Mario Herrera.
Su esposa viajó a buscar el cadáver para darle cristiana sepultura; luego de apresarla por una semana, se lo entregaron. Mario Herrera no tenía ni un solo tiro en su cuerpo, pero tampoco tenía uñas, tetillas, y testículos arrancados durante su tortura.
(*) Diputado provincial (MC).
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