Nacido accidentalmente en Bruselas en 1914, Julio Cortázar es uno de los escritores argentinos más importantes de todos los tiempos. Realizó estudios de Letras y de Magisterio y trabajó como docente en varias ciudades del interior de Argentina. En 1951 fijó su residencia definitiva en París, desarrollando desde allí una obra literaria única dentro de la lengua castellana. Algunos de sus cuentos figuran entre los más perfectos del género. Su novela Rayuela conmocionó el panorama cultural de su tiempo y marcó un hito insoslayable dentro de la narrativa contemporánea. Cortázar murió en París en 1984. | |
Carta de Julio Cortázar al Club de Cronopios de Estocolmo
París, 8 de febrero de 1972Queridos Marina y Paco
Y así es como viajan los cronopios. Un día alguien avisa que hay un paquete en la aduana. Uno va a la aduana y de golpe las dificultades crecen, hay que llenar formularios, explicar que no está enfermo de cólera (el paquete ¿pero quién lo prueba, si para empezar nadie sabe lo que contiene el paquete?). Para probar que no hay cólera ni una bomba habría que abrir el paquete, pero el paquete no puede ser abierto hasta que se haya comprobado que no tiene microbios de cólera o medio quilo de dinamita. Todo el mundo grita, llora, insulta, vuelva mañana, no vuelva nunca, esto no es vida. Se buscan influencias, pero Pompidou tiene una reunión de gabinete y no puede ir a la aduana a abrir personalmente el paquete, de manera que tengo que volverme a casa y poner varias almohadas sobre mi cabeza y una bolsa de hielo por encima de todo. Pasan ocho días, papeles van y vienen, explique por qué recibe un paquete de Suecia/No tengo la menor idea/Si no tiene la menor idea, imposible entregarle el paquete/En ese caso me dirigiré a las Naciones Unidas y a la Shell Max, esto no va a quedar así/Pague cinco francos y llene esta planilla.
Entonces Pablo Neruda me telefonea para decirme que en Estocolmo le regalaron un cronopio negro. Está tan contento, Pablo, tan feliz con su cronopio. Yo empiezo a preguntarme si el parquete, pero la cuestión del cólera sigue en pie y yo no soy ni premio Nobel ni embajador, de manera que vuelva mañana y traiga cinco certificados de domicilio, identidad, buena salud, moralidad y solvencia. El comisario del distrito me tiene lástima: le haremos un solo certificado con todos los datos juntos, y agregaremos al pie: Messieurs les douaniers, assez de connerier, ouvrez d'une bonne fois le colis, nom de Dieu, merde alors.
Y lo abrieron, mis queridos, y el cronopio verde estaba ahí y se moría de risa mirándome, y yo lo tomé en mis brazos e inmediatamente se hizo pis en mi pulóver de cachemira, cronopio desgraciado, y por si fuera poco mi amiga Ugné que estaba conmigo se enamoró instantáneamente del cronopio y el de ella, y así es como el cronopio está en su casa, aterrorizando a todo el mundo y absolutamente feliz, y yo todavía más.
Esto, tal vez, les explicará el retraso con el que les escribo, porque así es como viajan los cronopios y ya pueden verse los resultados. Gracias, muchas gracias, los tres lo decimos al mismo tiempo, Ugné, el cronopio y yo. Al cronopio le gusta París, está sumamente verde y cambia continuamente de lugar. Imposible invitar chicas jóvenes y bonitas porque inmediatamente se instala en sus rodillas y es un espectáculo envidiable y odioso, uno se siente completamente desplazado por el cronopio y él lo sabe y se arrodilla al cuello de la chica y le dice cosas en el oído y la chica se pone muy roja y la reunión toma un aire que recuerda los peores capítulos de Sade. Después el cronopio se apodera del diván más confortable y duerme panza arriba y con un aire de gran felicidad, puesto que ha conseguido destruir todos los principios morales que sostenían la casa. Ni ustedes ni yo somos culpables, los cronopios ya viven por su cuenta, no queda más remedio que resignarse. Para peor uno ama al cronopio, lo cuida y lo acaricia, es el colmo.
He creído de mi deber enviarles este sucinto informe. Me pregunto qué estará pasando en la casa de Neruda, pero no creo que me atreva a preguntárselo.
Los quiero mucho.
De "La fascinación de las palabras" de Omar Prego Gadea - Julio Cortázar
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