7/30/2007



MURIÓ BERGMAN (maestro de la vida para los jóvenes que “hacíamos el amor y no la guerra” en los comienzos de los setenta)

El director de cine sueco, murió a los 89 años en su casa en la isla de Faro, en el Mar Báltico. Nos llegó la noticia como un “augur” de los años que pasaron desde aquellos memorables tiempos de universitarios, de militancia política en plena dictadura de Onganía; de la calle Corrientes, de sus míticos cafés: El Ramos, La Giralda (y sus inolvidables submarinos con churros), La Paz; el Teatro San Martín y aquel majestuoso cine El Lorraine y sus ciclos de cine con los grandes popes de los cincuenta y sesenta: Monicelli, Pasolini, Visconti, Pontecorvo, Truffaut, Bergman, etc.

Hijo de un pastor luterano y de una dominante madre de origen valón, Ingmar Bergman nació en el seno de una familia muy estricta, en la que la buena conducta y la represión de los instintos se consideraban virtudes, nos relatan las crónicas periodísticas.

Su pasión por el teatro y el cine, que le permitieron por la década del cincuenta afianzarse en el séptimo arte.

Al principio de la década rodó dos brillantes historias de amor que exaltaban a la vez el esplendor del verano sueco y los fuegos efímeros de la pasión: Juegos de verano (1950) y Un verano con Monika (1952), donde alcanzó su plenitud la sexualidad de Harriet Andersson.( y nosotros los jóvenes nos apasionábamos en las mesas gastadas por los parroquianos del Ramos discutiendo el significado profundo del mensaje bergmaniano, y a la vez, esa pulsión por el sexo nos atrapaba en esa mezcla de política y erotismo que reinaba en el ambiente juvenil porteño de la época).

A partir de entonces, dos temas se entrecruzan constantemente en su filmografía: el primero, reflexivo y filosófico, analiza la angustia de un mundo que se interroga sobre Dios, la dicotomía Bien/Mal y, de una forma más general, sobre el sentido de la vida; el segundo, cáustico, brillante y satírico, borda sutiles variaciones sobre la incomunicación en el seno de la pareja.

La trilogía formada por Como en un espejo (1961), Los comulgantes (1962) y El silencio (1963) le permitió a Bergman, ajustar cuentas definitivamente con su educación religiosa.

Evoluciona en los años que vienen y dejando a un lado su preocupación por el lugar del hombre en el Universo para considerar el del artista en el seno de la sociedad, Bergman, se convirtió en portavoz intelectual de su tiempo, persuadido de que el ser humano había llegado a una fase crítica de su evolución y de que la apatía del mundo moderno era tan sólo el reflejo de un cierto desencanto.

Quisiera rescatar un excelente film, que es una puesta en escena imprescindible para analizar el nacimiento del totalitarismo en el siglo XX: El huevo de la serpiente (1977), ambiciosa reconstrucción del Berlín inmediato a la posguerra. La película se hizo eco del desasosiego y las preocupaciones del realizador como ocurrió también en De la vida de las marionetas (1980), donde se reflejan la impotencia y el sentimiento de fracaso de un individuo perseguido por la sociedad.

Murió un gran director: Ingmar Bergman, sueco, profundamente universal y buceador de los recónditos pliegues que el alma inescrutables del hombre muchas veces hacen que seamos seres incomunicados y solitarios. El, como nadie, supo develarnos, a esos jóvenes hambrientos de respuestas, algunas de las verdades que todavía hoy nos preocupan y ocupan a los seres humanos.


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From: marioenrique, 1 hour ago